Una venganza calculada..!


Los que cada sábado al mediodía asistíamos a una peña que se celebraba en un establecimiento comercial conocido como "La Venganza", en el sector de San Juan Bosco, aprovechábamos la ocasión para disfrutar de una cerveza que servía para abrir el apetito, al tiempo que compartíamos ideas tan geniales que dejaban maravillados a algunos que se acercaban al grupo y salían diciendo que se iba a acabar el mundo o saldría pronto una versión dominicana del padrenuestro, que sustituía la parte relativa al "pan nuestro de cada día" por. "el plátano nuestro de cada mañana, tarde y noche". 
En ese recordado lugar siempre estaban presentes un grupo de limpiabotas, vendedores de chicharrones con casabe y limón, lambí en potes de aceituna, seviche y hasta brandy y coñac de marcas desconocidas que traían de contrabando y las siempre bien recordadas chacabanas panameñas, que fueron sustituyendo poco a poco por otras con un diseño que contenía bordados hechos a máquina y eran de procedencia asiática. 
El seviche era tan famoso que aparte de pescado o marisco crudo cortado en trozos pequeños y preparado en un adobo de jugo de limón o naranja agria, cebolla picada, sal y ají, también le agregaba un  "toquesito" de vino tinto campeón para darle un sabor que producía la sensación de manjar traído de las alturas, como él decía. Igual pasaba con el lambí que lo adornaban con pimientos morrones para que se viera bonito en el pote. Aquel personaje que lo vendía era un hombre de piel oscura con más de seis pies de estatura, abdomen exageradamente abultado y cargaba en la cabeza una caja llena de sus  productos.
En medio de la peña, los limpiabotas de acercaban dos y tres veces a preguntar con su lenguaje entrecortado, la estilizada expresión "va'limpiá?". 
Uno de los acostumbrados al deguste de la pequeña joya dominicana  que para esa época era Presidente, el verdadero sabor, redactó un aviso y lo colocó en su pecho que decía: "Por favor no me pregunte si voy a limpiar. Gracias." Con tan elocuente aviso, creyó que no volvería a ser molestado por los limpiabotas, hasta que, de manera insistente tres o cuatro se le acercaron y le preguntaron: "¿Me puede explicar lo que dice ese letrero?"

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