Cuando se habla de alimentos y bebidas, piensan algunos, que son dos cosas diferentes, pero, en realidad es lo mismo. Lo que el lenguaje de la cotidianidad convierte en costumbre nunca termina y la sociedad lo admite como si fuera algo intrascendente y hasta correcto. En otras palabras, se convierte en ley. En recorridos por diversas regiones de nuestro país, nos hemos encontrado con muchas cosas que son consideradas como tales, pero carecen de todo tipo de requisito para que puedan catalogarse dentro de un parámetro aceptable como forma de alimentar a un ser humano que necesita de nutrientes para su existencia y, sobre todo, para contar con las energías necesarias para ser productivo. Es conocido el sonado caso de los salames y todos los esfuerzos desplegados por Proconsumidor para lograr un consenso entre los productores. Tratándose de industriales registrados en los organismos oficiales del país, quizás nadie piensa que sus productos adolecen de la mayoría de las cosas que